“Anthropological notes” constituye una de las cimas de la obra de Sir Alfred. Publicado en 1923, este documentado trabajo científico fue alabado por el mismísimo Bronislaw Malinowski, quien la reputó excelente. “El trabajo de Fox ha de valorarse como una de las aportaciones más deslumbrantes hecha a las humanidades en el último medio siglo. Si yo soy el padre de la antropología británica, Fox es la madre”, escribió. La fotografía, gentilmente cedida por los editores de la Guía Mundial de Gastronomía, configura un documento de extraordinario valor histórico. La imagen muestra los postreros instantes de la vida del reverendo Bartholomew Sinclair.


Resultaría edificante que los miembros de nuestro Parlamento dedicaran algo de su tiempo a la lectura de las obras de Sir Lachlan Mungo McPhee, con particular atención a la descripción etnográfica que de las tribus antropófagas establecidas en el África meridional dibuja el antropólogo escocés en su memorable monografía “Life among cannibals: Pardon me, but your teeth are in my foot”***.

McPhee narra en su obra las peripecias vividas por el reverendo Bartholomew Sinclair entre los zwengele, un europeo enfrentado a un mundo hostil y bestial encarnado en esta tribu antropófaga, adoradora del rayo y de las rectas que confluyen: la trayectoria de la lanza que detiene la del ave en cuyo pecho penetra; la línea de la sombra que fagocita el haz de luz solar en el crepúsculo; las miradas convergentes evacuadas desde cada uno de los ojos de Ntú Ollé, venerado hechicero y estrábico de nacimiento.
Los zwengele convivían escindidos en dos clanes irreconciliables desde tiempos inmemoriales. Tras meses de provechosa labor evangelizadora, cuenta McPhee, el reverendo Sinclair advirtió, para pasmo propio y admiración de los futuros lectores de sus aventuras, que los zwengele, fuera cual fuera el bando de su adscripción, reprochaban sistemáticamente a la secta enemiga la condición caníbal de sus miembros. Tanto era así que cada facción encomendaba a uno de sus prosélitos la contabilidad minuciosa del número de hombres blancos que el enemigo se había merendado: exploradores extraviados, misioneros confiados, naturalistas despistados, funcionarios coloniales abandonados repentinamente por su escolta…
Intrigado por tan extravagante comportamiento social, Sinclair resolvió intervenir en una de las agrias disputas que a diario enfrentaban a los secuaces de cada fratría. El hombre blanco alzó la voz y, agradeciendo el sepulcral silencio con el que fue recibido su gesto, amonestó a la asamblea. “Si todos vosotros sois caníbales, ¿a qué demonios viene criticarle al vecino su inclinación a la antropofagia?”, reconvino Sinclair en un correcto zwengele ablé, el dialecto local.
Algo debió de conmoverse en aquellas mentes primitivas. Los interpelados percibieron la sabiduría que preñaba las palabras del hombre blanco, humillaron la cabeza en inequívoco signo de contrición, sonrieron a Sinclair, quien, a su vez y haciendo gala de enorme tacto, les sonrió, se miraron entre sí, volvieron la vista al extranjero y, todos a una, se abalanzaron sobre el desdichado reverendo y se lo merendaron.

*** “Vida entre caníbales: Espero sepa disculparme si le perturbo, pero ese pie que mordisquea es mío” (Editorial Anagrama, 1998, Barcelona, traducido por Jacinto Rosales Flores)

No hay comentarios:

TOP Bitacoras.com
TOP Bitacoras.com