El gran maestre abrió la sesión con un tañido admonitorio de la campanilla. Los caballeros callaron. Un silencio ceremonioso, urdido bajo la uniformidad de una hilera de sombreros de hongo, testimonió el respeto que los sectarios dispensaban al jefe. No resulta frecuente en nuestros días asistir a un ritual de esta naturaleza, fundado no sólo en el anonimato de los prosélitos sino también en la indispensable reserva que ha de guardarse sobre la existencia misma de la sociedad. Doce hombres ataviados con bombín, chaleco y cuello duro que empeñan prestigio y sosiego en una honorable misión: atesorar tiempo.
La sociedad nació investida por un espíritu altruista, munificente y filantrópico, según rezan textualmente sus actas fundacionales. Sus promotores advirtieron tempranamente la irritante injusticia aparejada al reparto desigual del tiempo, la ausencia de un criterio social que garantizase una distribución proporcional de segundos, minutos y horas, la añoranza de una asignación más compasiva del ambicionado artículo, cuya producción, usufructo y consunción no encuentran regulación en cuerpo legislativo alguno.
El gran maestre fue quien puso en palabras lo que ya no podía ocultarse ni al más lerdo de sus secuaces. “Robaremos tiempo”, ordenó.
Quizás se asombren si les informo de que fue la sociedad, a través de una empresa interpuesta, la que ideó, fabricó y comercializó el célebre ungüento cosmético –ustedes recordarán los reclamos publicitarios publicados en The Times- al que se atribuyó la mirífica propiedad de hacer retornar al cliente a su edad más lozana, rejuveneciendo hasta en dos décadas cualquier tipo de piel, incluso aquéllas más obstinadas en ajarse. Los acúmulos de tiempo obtenidos mediante este ingenioso expediente conformaron los primeros caudales depositados en la caja fuerte de la entidad. También habrá que adjudicar a la sociedad la feliz ocurrencia de saturar el mercado de carísimos relojes programados con el vicio oculto de adelantar un minuto cada hora. Los primeros reintegros se ordenaron con el inequívoco propósito de rentabilizar socialmente los fondos: diez años añadidos a la existencia insultantemente breve de un científico que, gracias a los meses regalados, acabaría descubriendo una vacuna milagrosa capaz de salvar miles de vidas; un par de centésimas para el atleta de extracción humilde y nulos recursos que conseguiría, por fin, imponerse en la línea de llegada al campeón británico de la disciplina; el segundo que le faltó al héroe para rescatar al niño de debajo de las ruedas del carruaje…
Como no resulta extraño que suceda en los proyectos urdidos por el hombre, la corrupción amenazó con hacer fracasar tan noble iniciativa. El primer escándalo se salvó con la expulsión del tesorero, a quien se acusó de utilizar fraudulentamente y en provecho propio hora y media de los depósitos de la entidad. “Sólo quise salvar mi matrimonio”, lloriqueó el acusado antes de confesar que aquel tiempo ilícitamente obtenido fue empleado en el sostenimiento de una erección más prolongada y satisfactoria. A todos pareció, en todo caso, que hora y media se antojaba una fracción de tiempo desmedida para tal fin.
Pero lo que comenzó siendo una excepción, una desviación reprobable, una traición de la confianza, acabó convirtiéndose en norma. Con la connivencia del gran maestre, el tiempo empezó a ser utilizado para justificar la demora en la ejecución de las obras públicas; para sumir en el olvido las declaraciones inconvenientes que podrían dar al traste con prometedoras carreras políticas; para burlar a la policía, ganar la frontera y huir a una isla paradisíaca con el botín obtenido en un desfalco…
Una corriente crítica alzó la voz para denunciar este estado de cosas y reclamó el retorno a los orígenes, al espíritu de los socios fundadores. El gran maestre oyó a los descontentos, evaluó la complejidad de la situación y, finalmente, prometió la implementación de políticas renovadas que redundarían, sin duda, en la instauración de una nueva época, más limpia, más honesta, más decente. ”Es sólo cuestión de tiempo…”, prometió.
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