El documento que a continuación se reproduce figura entre los manuscritos a los que H. G. Wells tuvo acceso durante la redacción de su obra “Alfred Ignatius Fox: Alive and kicking". Las últimas voluntades de Sir Alfred nunca fueron respetadas por lo que, y a pesar de lo preciso de sus disposiciones, jamás le fue retirada la nacionalidad británica. “Maldito chalado bastardo”, fueron las palabras que, según la tradición de los biógrafos de Sir Alfred, pronunció su esposa, la señora Margaret Merryweather, tras dar lectura al testamento. [La célebre visita de Fox a Manchukuo , inspirada por el amor otoñal que el insigne escritor inglés profesó a la bellísima Tang-Yu-ling, constituyó una de las cimas de la intensa biografía del autor de "The virtuous man". Fox arribó a Manchukuo el 5 de julio de 1934. Cincuenta años más tarde, el Servicio Postal Británico emitiría un sello conmemorativo del acontecimiento].
Si, tras mi muerte, alguien husmea entre mis legajos, podrá encontrar el documento que detalla mis últimas voluntades. Quien tal ose obtendrá como recompensa a su curiosidad la lectura de un testimonio que, dado su alcance y gravedad, jamás me atreví a compartir en vida. Léase el presente testamento con el respeto y la reverencia debidos a quien en un futuro, quizás no tan lejano como usted imagina, se convertirá en su vecino de fosa. Vamos a ello: "Yo, Sir Alfred Ignatius Fox, a cuatro palmos de la línea de meta y en posesión de todas mis facultades mentales –las físicas, que tanto solaz me proporcionaron, las extravié hace tiempo-, declaro mi irrevocable voluntad de renunciar a mi condición de súbdito del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte para convertirme, quid pro quo, en servidor abnegado de Kang-Te, reverenciadísimo monarca del recién constituido Imperio de Manchukuo".
"Quien quiera entender mi desistimiento como una traición (ya sea a la patria que hospedó la civilización y el progreso, ya a la hacienda pública que se verá privada de mis aportaciones) advertirá, si ocupa un par de minutos en una reflexión detenida y sosegada, que no hay tal. Comprenderá usted que esta resolución mía no ha resultado fácil de adoptar. Quien firma al pie siempre se jactó de ser un inglés íntegro e insobornable. Soy un hijo de la antigua Albión, uno de ésos que, desde la más tierna infancia, disciplinó sus dientes en la ardua empresa de socavar la impenetrable firmeza de inatacables plum-cakes cocinados conforme a la receta tradicional de nuestras muy británicas abuelas. ¡Señores, yo excité mis neuronas con los mensajes de la vieja Reina Victoria y dejé que mi sangre anglosajona se filtrase en el subsuelo de la África hollada por nuestros colonizadores! ¿No son éstas credenciales suficientes para acreditar mi anglofilia, mi desmesurado amor por la tierra de Arturo?"
"Soy tan británico como el que más, pero no tengo alternativa. Transitaré a la otra esfera, donde las almas vagan evanescentes, hacia el lugar donde ya no se padece, allí donde se acaba la jurisdicción del Arzobispo de Canterbury, transitaré, digo, con la cédula de súbdito de Manchukuo asegurada entre los dientes. ¿Por qué? Las razones son variadas y numerosas, pero espigaré un ramillete de ellas para usted. Podría alegar en mi favor las bellezas cautivadoras de los ríos que atraviesan la patria manchú – el caudaloso Liao Hoy, el embravecido Sungari-, la severidad de sus inviernos gélidos e inacabables, la solemnidad de las montañas Changbai, coronadas por el arrogante Baiyun . Pero, más allá de todo lo que pueda leerse en la Enciclopedia Británica, mi recién estrenado afecto por el Imperio Manchukuo es el resultado de una pasión vicaria que tiene su verdadero hogar en la deliciosa personita de Tan Yu-ling. Le invito a recorrer toda la campiña del Reino Unido, a sondear sus ríos, a allanar sus domicilios, a peinar sus redes de alcantarillado en la certeza de que no será capaz de encontrar un ser más delicado, un corazón más generoso, un regazo más cálido. El amor ha vencido al Imperio. ¡Y grito, en las que presumo mis horas postreras, una blasfemia por la cual no he de pedir excusas: God save Yu-ling!"
"Moriré bárbaro, pero enamorado".
Sir Alfred Ignatius Fox
Manchester, 25 de febrero de 1933
No hay comentarios:
Publicar un comentario